domingo, 31 de octubre de 2010

LEER UN PERIODICO

Asirlo a dos manos, doblar por el centro las decenas de hojas con decisión y enfrentar caprichosamente la cultura con la economía, la política con el horóscopo o la vida con la muerte.
Recrearse en las imágenes y adivinar los textos a sus pies. Abordarlo al antojo de cada cual, empezar por el final o el principio y viceversa, por la hazaña del último triunfo de de tu club de fútbol o por la de la suerte, siempre esquiva.
Sentir como las historias se deslizan y fluyen de norte a sur, de los lugares más alejados hasta las personas más cercanas, de la opinión más informada hasta la más literaria y de la más imprescindible hasta la más anecdótica.
Los dedos se tiznan de negro, señal de que los contenidos dejan una marcada huella. Nadie tras leer un diario se queda indiferente ante las páginas que se suceden numeradas. Algunos se rebelan, las comentan en voz alta o increpan en solitario al nefasto protagonista de esa guerra inacabable o se maldicen por las cotizaciones de las bolsas.
El proceso de la lectura de un diario es de sensaciones agridulces , de despertares ante realidades desconocidas, de reflexiones contradictorias, de posicionamientos a veces extremos, de desencantos y de alegrías. Es nuestra vida diaria. Para quien se acostumbra a sumergirse diariamente en un periódico, su falta crea un desequilibrio similar a la falta del café o del almuerzo al mediodía. Las tripas se revuelven, en ese caso, de manera parecida a como lo hacen
nuestros pensamientos.
Los que hacen los periódicos lo saben. Saben que los que los leemos no somos templados, objetivos y comprometidos, pero nos gustaría serlo. Por ello los que hacen los periódicos deberían contarnos siempre historias que nos interesen y, sin embargo, que no sean interesadas.
Deben saber que están jugando con nuestros sentimientos.

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