Los gobiernos e instituciones de los países capitalistas
están llegando tarde y con excesivo proteccionismo hacia los sectores financieros
que sufrieron la crisis pasada.
Trump ha tenido que
ver como los muertos se amontonaban en frigoríficos en las calles de Nueva York
para ser consciente de la pandemia a la que se enfrentaba y ordenar que la
General Motors fabricase respiradores, además de soltar unos cuantos millones
de dólares, que a lo mejor hubieran estado mejor empleados mucho antes para
darles una buena sanidad pública a los norteamericanos, que se mueren en la
calle porque no pueden pagar la cuenta millonaria de un hospital. Aquí, en
Europa, nuestros gobernantes están más preocupados por la recuperación
económica que por la de la salud de los ciudadanos y no son capaces de alcanzar
un acuerdo para financiar conjuntamente (mutualizar la deuda le llaman) el
coste de este virus para los europeos.
Está claro que en Europa hay países de primera y de segunda,
no solo porque vayan a velocidades distintitas sino porque los que más tienen
menos están dispuestos a ceder, no vaya a ser que se contaminen tan rápido como
lo hace este coronavirus.
Algunos, los que son de segunda, tienen miedo a que vuelvan
los “hombres de negro” y que en el
rescate perdamos nuestra identidad y hasta parte del territorio. No se quieren
dar cuenta que lo que está en juego es la vida.
En nuestro país costó
llegar a la decisión de cerrar la actividad económica, la llamada no esencial.
La ministra Calviño no lo veía claro hasta que entendió que la economía que
defiende es secundaria frente a la salud.
Sin vida no hay economía.
Las medidas económicas que se han adoptado se han aplicado a
cuentagotas para que las dosis fueran asumibles para los intereses económicos.
Detrás de ellas habían unos científicos, a los que habíamos ninguneado con presupuestos
de investigación escasos y que convencieron al gobierno de que o se paraba de
golpe o se morían decenas de miles de ciudadanos. Ellos han sido los verdaderos
artífices e impulsores de esas medidas, tomadas a costa de generar una recesión
económica mayúscula.
Muchos tenemos familiares y amigos contagiados por el
coronavirus, también los miembros del gobierno se han visto afectados. Los de
este y los de todos los países , a lo mejor menos los de Holanda o Alemania, no
lo sé, pero todos vemos cómo va a afectar esto a nuestro futuro más allá de la
salud. Nada será lo mismo en nuestras vidas, pero dudo que, pasado el tiempo,
los que rigen el destino económico del mundo aprendan la lección y relativicen las primas de riesgo, primen el
bienestar y la salud de los ciudadanos frente a la competencia de los mercados,
acaben con los que no se solidarizan con los impuestos permitiendo que los
eludan en paraísos fiscales y mantengan el estatus de aquellos que siguen fabricando productos
financieros tóxicos que acabarán , como el virus, contagiando a todos los
ciudadanos.
Hay que dedicar todos los recursos, todos los esfuerzos a
proteger a los ciudadanos: Los bancos, que fueron rescatados por todos
nosotros, los fondos de inversión que se quedaron con las viviendas sociales de
nuestro país, el dinero que atesoraron los corruptos que nos robaron, las
empresas que están eximidas de pagar impuestos en nuestro país porque lo hacen
desde Irlanda o los que simplemente defraudan a Hacienda o se instalan en
paraísos fiscales, son los primeros que tienen que ponerse en la fila de los contribuyentes.
Nosotros ya estamos en primera línea, lo venimos pagando con nuestros impuestos
y ahora que el virus nos impide trabajar con normalidad a millones de
autónomos, asalariados , pequeños y medianos empresarios, tenemos que reclamar
con contundencia que los que nos gobiernan dejen de pensar primero en la
economía. Ya remontaremos esta situación con nuestro esfuerzo y sería deseable
que con la de todos los insolidarios. Es
nuestra salud la que está en juego. Es la vida estúpidos, también la vuestra
¿No lo veis?