sábado, 31 de enero de 2015

LA MUERTE DEL EDITOR LARA

Con la desaparición de José Manuel Lara ya son contados los editores de medios de comunicación que quedan en nuestro país. La mayoría de empresas periodísticas están regidas por consejos de administración que representan múltiples intereses de todo tipo, incluidos financieros,  y en los que la impronta del editor queda delegada, cuando no diluida.
Conocí a José Manuel Lara hace muchos años, cuando aún vivía su padre, fundador de Planeta, y su hermano Fernando, que falleció muy joven en un  terrible accidente de tráfico.  El Grupo Zeta, donde trabajaba, había comprado la antigua Editorial Bruguera, mejor dicho las ruinas de aquella emblemática editorial barcelonesa, y Asensio me encargó que me ocupara de la gestión de lo que más adelante sería Ediciones B. Recuerdo un almuerzo que tuvimos Antonio Asensio y yo  con el padre y los hijos para intentar la  coedición de algunos títulos de los que nosotros habíamos adquirido la propiedad industrial y Planeta había firmado contratos con los autores intelectuales. No llegamos a un acuerdo. Siempre fue difícil llegar a un entente profesional entre Asensio y Lara, que se conocían de pequeños cuando veraneaban en El Masnou. De hecho no concretaron ningún negocio relevante en toda su vida. Ambos tenían madera de editores y ésta debía de ser de roble, como mínimo. Dos carácteres fuertes, dos empresarios emprendedores que medían el riesgo con una vara especialmente larga y que no cabían juntos en un mismo proyecto. En ese almuerzo estuve muy callado, no solo porque estaban los pesos pesados que debían negociar, sino porque estaba atento apuntando mentalmente cada una de las sentencias que José Manuel hijo hacía sobre el negocio de los libros. Nunca se lo dije, cuando más tarde nos reencontramos, pero mi primera lección fue la que el me dio sin quererlo. Allí me di cuenta, también, de que a José Manuel Lara su padre no le había regalado nada; es cierto que le había dado una oportunidad en el negocio familiar, pero a costa de esfuerzo y de preparación.
Hace algunos años en  2002, cuando dejé Grupo Zeta, me llamó para invitarme a comer. Fue un tanteo para saber si, desde mi punto de vista, creía que el Grupo, tras la muerte de Asensio, podría ponerse a la venta. Al ver que no había ninguna posibilidad en aquel momento, me ofreció que me incorporara a Planeta. Se lo agradecí, pero aparte de que tenía un pacto de no concurrencia con mi antigua casa, yo quería explorar otros destinos y lo entendió.
En 2006 cuando le llevé el proyecto del diario gratuito ADN me sentí obligado a incorporarme a Planeta y, cuando posteriormente adquirió El Tiempo de Bogotá, no dudé en aceptar formar parte de su consejo y echarle una mano en la gestión.
Con José Manuel Lara tuve muchas conversaciones y por ello puedo hablar de primera mano. Era un hombre que hablaba sin rodeos y te miraba a la cara. No compartía muchas de sus ideas. En especial cuando justificaba ser propietario de un diario derechista como La Razón  y de otro nacionalista  como AVUI con la excusa de que él no era el editor, sino el presidente del consejo de administración o el accionista de referencia.
Lara era un gran empresario porque le supo dar dimensión, expansión y diversificación a Planeta, pero por encima de todo era un editor como la copa de un pino, porque tenía ese punto de genialidad, de riesgo, de resistencia y hasta de cintura con el poder para tratarlo de tú. Quizá también porque él se había hecho fuerte y poderoso con él y a costa de él. También eso hay que saber hacerlo. Pero sobre todo no perdió de vista lo que a otros no parece interesar: sus lectores, sus oyentes y  sus telespectadores. Sin ellos sabía que todo lo demás tenía un valor relativo.
Ha muerto uno de los últimos editores y también el presidente de muchos consejos de administración, entre ellos, el del Grupo Planeta o el de Atres Media.





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miércoles, 28 de enero de 2015

CREDIBILIDAD DE LOS MEDIOS Y PUBLICIDAD INSTITUCIONAL

No va a ser fácil este año electoral para los medios de comunicación, sobre todo para los más débiles. Y los más frágiles, al final,  no serán necesariamente los que menos facturen, sino los que más compromisos  tengan con el poder y menos independencia puedan exhibir. El equilibrio informativo que tengan que hacer será inversamente proporcional al grado de confianza último que obtengan del ciudadano.
La confianza y credibilidad en algunos medios desciende frente a los ciudadanos de medio mundo, que los abandonan poco a poco, como es el caso de los periódicos, y se traslada a los digitales según el barómetro  Edelman. En  nuestro país  esto se concreta en una caída de ventas de ejemplares impresos continuada y en un incremento de audiencia de los digitales.
Paradójicamente  cuando el medio televisivo exhibe grandes audiencias en los llamados infoshows, antes tertulias políticas, es a costa muchas veces de la verosimilitud.
Este año de contiendas electorales de gran confrontación (municipales, algunas autonómicas y  generales),  con riesgo de ruptura del sistema bipartidista, el gobierno gastará un 19% más en campañas institucionales,48,9  millones de euros, y cerca de 120 millones en campañas denominadas comerciales. Todo ello, además, con una rebaja en el techo de gasto en los presupuestos del 3,2 %.
El reparto de la publicidad gubernamental y la de la mayoría de las autonomías y ayuntamientos no se realiza siempre en función de la audiencia de los medios y suele primar a los afines.
No existe  acceso a los datos de reparto de los anuncios y el precio pagado por ellos a los medios  en la ley de transparencia que ha elaborado el gobierno.   No nos extrañe, pues, que la discriminación publictaria sea un arma para aplacar la información de los medios contraria a los intereses gubernamentales.
En estos tiempos en los que la desconfianza general ante las instituciones y la política por los casos de corrupción y los recortes en derechos básicos ha hecho cumbre en todos los barómetros del CIS, hubiera sido deseable que en este 2015 electoral, en el que nos va tanto, no incrementáramos las sospechas sobre la información que recibimos de algunos medios que pueden ser beneficiarios de los que tienen la sartén publicitaria por el mango.



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domingo, 18 de enero de 2015

TODOS SOMOS SOSPECHOSOS

Libertad y Seguridad son dos palabras que han unido los gobiernos, especialmente después del atentado yihadista de CHARLIE HEBDO en París. Me temo que con esta armonización semántica los que tenemos algo que perder somos todos los ciudadanos. Leyendo  "EL PEQUEÑO LIBRO ROJO DEL ACTIVISTA EN LA RED" de Marta Peirano, concluyo que todos somos  sospechosos y susceptibles, por tanto,  de ser espiados.
Marta Peirano ofrece herramientas para que los activistas de la red puedan protegerse  de la vigilancia de  los gobiernos. Activistas periodistas que deben proteger sus fuentes o simplemente disidentes de las prácticas de los poderosos gobiernos.
En el prólogo del libro, Edward Snowden  advierte de la amenaza que para el periodismo de investigación supone la "monitorización" de los encuentros no autorizados entre un reportero y su fuente. Esa amenaza es inversamente proporcional a la información libre que recibe el ciudadano.
La red de Internet está bajo control. En aras de la seguridad se suelen cometer los mayores desmanes contra la privacidad y la disidencia democrática. Cuantas más leyes de seguridad ciudadana se promulgan menos libertad tenemos el conjunto de los ciudadanos.  Los controles nos afectan a todos por igual, incluidos los delincuentes. Sentirse espiado en la red nos obliga a tomar precauciones sobre la utilización que hacemos de ésta.
Siempre he pensado que frente a las redes sociales, comercialmente,  el producto a vender eramos nosotros mismos, pero ahora todos somos sospechosos de ser espiados si los algoritmos de nuestras comunicaciones resultan inquientantes para los que nos controlan.
¿Nos desconectamos o tomamos precauciones? Si optamos por lo segundo recomiendo leer el libro de Marta Peirano.