Varios de mis hermanos (somos
seis) , mis cuñados y sus hijos se declaran independentistas, buena parte de
mis amigos también. Algunos de mis colegas de profesión consideran que la independencia
de Catalunya es plausible y que jamás estaremos tan cerca de conseguirla como
en el día de hoy, a pesar de que
Puigdemont la haya aplazado.
No suelen emplear argumentos
objetivables para su independentismo. Me refiero a que para ellos no es relevante
lo material, lo económico o lo estrictamente racional. No digo que no valoren
las incertidumbres de un futuro inmediato bajo una República catalana, las
valoran, pero prefieren unos años de penurias si el objetivo final es que
Catalunya sea un país independiente.
Lo identitario y emocional
está por encima de cualquier debate sobre la autodeterminación catalana, por ello
resulta difícil rebatir sus razonamientos si no tienes una especial
sensibilidad nacionalista.
No vale para moderar su opinión
que las empresas catalanas se domicilien
fuera de aquí, ni que se anulen reservas de hoteles como si estuviésemos en
guerra, ni que la Unión Europea diga que Catalunya no entrará en su club, nada
de eso amilana a mis amigos, familiares y colegas independentistas.
En los últimos días esto
ha sido más complejo, incluso los no
nacionalistas hemos empatizado con algunas de sus tesis emocionales, gracias a
la violencia inútil del gobierno español el día del Referendum, del mazazo que
supuso el discurso del Rey e incluso de una parte de la manifestación
españolista en Barcelona que representó
a algunos catalanes silenciosos, pero también a una España rancia que parecía
haber desaparecido hace tiempo.
Algunos no nacionalistas— a
los que suelen llamarnos equidistantes
como mucho antes se llamó revisionistas
a los militantes de izquierda que se olvidaron de la revolución proletaria y
comulgaron con la transición española tras la muerte de Franco—estamos ahora
más en contra de la actuación del gobierno y del consabido Estado de derecho
que de la ilegalidad de las leyes
emanadas de la mayoría del Parlament catalán, y eso que la ilegalidad no tiene
medias tintas.
Maldita equidistancia, parece
que te has de comprometer por uno u otro bando y, si es así, es humano hacerlo hacia el de la familia y de
los amigos, que abandonan los grupos de WhatsApp
porque se sienten incomprendidos o que convierten las comidas familiares en una
disputa sinsentido.
¿Quién o quienes nos han
llevado a esto?
Seguro que una parte de la
respuesta a esta pregunta está en los políticos, también en algunos medios de
comunicación de uno y otro lado, los del unionismo y los del separatismo pero, más allá del hosco divorcio entre ellos, en Catalunya tenemos la necesidad de
reconstruir nuestros grupos de whatsapp y
los tradicionales y tranquilos
encuentros familiares. Seguramente para ello tengamos que relativizar y
ponderar posturas entre los catalanes, pero también obviar a aquellos que nos
representan y , sin embargo, no nos tienen
en cuenta y a los que nos informan pero no nos comprenden ni tienen interés en
hacerlo.
Apelemos al diálogo entre los
catalanes con todos los apellidos, los llamados equidistantes y los
independentistas, los que lo están pasando mal porque en este proceso se
sienten desamparados, los que dudan y los que tienen tan claro que no les
importa que el presente de Catalunya sea incierto porque el futuro será mucho
mejor.
Hay algo en lo que una buena
parte de mis amigos, mi familia, mis colegas estamos de acuerdo y es que esto
se tiene que arreglar votando en un referéndum legal y transparente, sin
represión policial y con urnas transparentes.
Es necesario para restaurar
nuestra convivencia, a pesar de todo. Ojalá nos dejen los políticos y los
medios de comunicación sectarios.
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