lunes, 20 de junio de 2011

LOS INDIGNADOS

...Y de repente, un quince de marzo, unos cuantos se concentraron en las plazas de las ciudades y las habitaron en nombre de los indignados. Desplegaron, sobre las verjas, las fuentes y el cemento cientos de mensajes rebelándose por no sentirse representados por los políticos, votados en el seno de una democracia distante que les cercenaba el futuro. La calle era la única manera de expresar su oposición a  gobernantes  y financieros que les habían conducido al desastre.
Desde la resistencia pacífica y asamblearia, la mayoría protestaba contra la continuidad de los errores, la corrupción, el enriquecimiento injusto de unos pocos que llevó al desastre de unos muchos, la falta de medidas en favor del empleo, las políticas erráticas en el seno de Europa, la consolidación del bipartidismo por la ley electoral... en fin, removieron los cimientos y la conciencia de una sociedad que se creía fuertemente atrincherada en unas instituciones y en unas normas dificilmente alterables.
...Y se manifestaron por decenas de miles dos meses después. Y se ganaron simpatías por no expresarse violentamente y no subvertir el orden establecido por todos y conducido por unos pocos.
Despistaron a políticos, banqueros y a algunos periodistas que creían que esto se acababa desmontando los asentamientos de las plazas, o por puro cansancio de los indignados. Pero no fue así. Allí seguían: en sus asambleas alegales, con sus propuestas de cambio y en su empeño porque no se les recortaran las expectativas  de futuro.
 Consiguieron que todos los medios de comunicación abrieran sus informaciones con ellos en primera línea de combate. Obligaron a debatir a todos los opinadores, a muchos tertulianos asentados durante años en el seguidismo de los políticos y las instituciones. Obligaron a los propios políticos y síndicatos a tomar posiciones a favor o en contra. Se hicieron oír pero pocos querrán escucharlos.
Escuchar las propuestas de los indignados, negociarlas siquiera en algunos de sus tramos, significaría la pérdida del poder de unos pocos. Sería, quizás también, reconocer que quienes dirigen los designios de los gobernados, en última instancia, no están  solo en los parlamentos y gobiernos legítimamente votados, sino en los más altos y oscuros intereses económicos de los que nos han llevado hasta aquí.
Es para estar indignados. También para agradecerles a los indignados este aire fresco que a veces es necesario para sentirse vivo.

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